Enfrentar el silencio, caminar de la mano por el boulevard de
almacenes cerrados, sin ojos, sin oídos. Dibujar una doble sombra en los
adoquines, único movimiento en esa calle larga de luces borrosas.
Calle muda.
¿Entiendes el frío que lucha
desde adentro? ¿El que trata de salir por las
puntas de tu cuerpo, cambiándote el color de los dedos?
Fríos internos que se tratan con ventosas y te dejan la espalda llena de círculos morados. Un corazón que late sangre gélida es como tener escarcha entre las venas ¡Duele tanto!
Fríos internos que se tratan con ventosas y te dejan la espalda llena de círculos morados. Un corazón que late sangre gélida es como tener escarcha entre las venas ¡Duele tanto!
Congelar el estómago, vaciar
el vientre vomitando abandono, para dejar más espacio al frío que penetra los
huesos.
Déjà vu de aquel que te dice que
te quiere, pasa el tiempo y resulta que ya no te quiere o que nunca te ha
querido, que estaba confundido, que las cosas no eran como pensaba o como
imaginaba.
—Yo solo siento que te quiero ¡Estás helada!
Y enlazada fuerte entre sus
brazos de músculos redondos, caes de nuevo sobre la consola de su pecho, triángulo boca abajo, caja sonora que retumba
en tu cabeza y desvanece el pensamiento.
Duermes por un segundo o dos, sostenida por la estructura cálida que late a menos de sesenta por minuto.
¿Quién puede resistirse a la piel, a la caricia, a la tibieza de las sábanas?
Duermes por un segundo o dos, sostenida por la estructura cálida que late a menos de sesenta por minuto.
¿Quién puede resistirse a la piel, a la caricia, a la tibieza de las sábanas?
—Quiero invitarte a dormir
conmigo.
Pero la noche es vieja, y no
le da tiempo a los amantes de enroscarse en cucharita. Noche despierta en su hora flemática.
Se despide con un ‘te llamo mañana’ y un beso en la
frente, sin mirar atrás, como una flecha
lanzada a la diana del desconcierto.
—¡No me dejes sola! ¡Por
favor! ¡No me dejes!
No lo gritas, lo engulles; y tus ojos lloran para adentro.
No lo gritas, lo engulles; y tus ojos lloran para adentro.
Tu sombra larga y congelada, flaca y dividida, que camina con pasos entumidos.
Abres la puerta, tiras los
tacones y te deshaces del abrigo. Es madrugada y hay rocío en la hierba, el cielo no se
define por la luz o la oscuridad. Respiras y te bañas porque a las siete tienes
lección de piano. Hoy te toca Gymnopédie de Satie. Frente al espejo ves una
cara pálida, en la gaveta del tocador el maquillaje oscuro que pones arriba
pero sobre todo debajo, para llorar lágrimas negras desde los pozos
de tus ojos. Los labios rojos y el moño pequeño, delicado, como tus escasos cabellos. Nunca olvidas el perfume.
No quiero vivir más lo ya vivido, pero
tampoco quiero más desayunos a solas. Preparar el café y tomarlo despacio, en el juego de té de loza inglesa. El
cuadro de Miró que pusiste en la sala te hace una sarcástica e infantil compañía.
Masticar veinte veces el pan y digerir las noticias ¿Cereal o tostadas? ¿yogurt o leche? ¿jugo
o fruta? da igual. Desayunar sin opiniones ni matices. Vomitar y escuchar el
teléfono. Te limpias y sales corriendo a contestarlo.
—Hola, ¿vas a dejarme?
—¿Porqué voy a dejarte? Si te quiero.
Lorena Escorcia-Hernández.