jueves, 27 de marzo de 2014

Bovarismos 2014



La primera vez que tuve que elegir entre la medicina y la literatura me fui por la primera, hay momentos en la vida en los que te obsesionan los desafíos, y te lanzas contra los molinos de viento. Con el tiempo el corazón, que es paciente y nunca se rinde, gana todas las batallas. 

El acto de sanar pasa por la palabra.
El médico salva los cuerpos, a veces los mata.
El escritor salva las almas, a veces las hunde,
La libertad de expresión es la más peligrosa de las libertades.  

Y voy, a hundirme en los abismos literarios,
A naufragar en los barrancos del cielo, a enterrarme en el mar,
A quebrarme, rehacerme, inventarme…
Como los animales fantásticos, con los que quiero perderme en el océano.
Mis dedos bailan sobre el teclado
Las imágenes se fugan por mis cabellos,
Aparecen a borbotones
¡Estoy poseída!
Poseída de verbos y palabras.

Ayer recibimos con mucha emoción el fallo del jurado de Premio Internacional de Narrativa Femenina Bovarismos 2014:




Lorena Escorcia Hernández

miércoles, 19 de marzo de 2014

Q.E.P.D. Fadia Martínez


<Q.e.p.d. Fadia Martínez. Mona: Que Dios te tenga en su gloria> Amaneció la nota pegada en el muro de una ex compañera de colegio, que vive en Nueva York. Ese post me rondó todo el día la cabeza. Es raro en nuestra tierra que alguien sea naturalmente rubio y Fadia lo era. Rubia, carismática, energética. Me acuerdo de ella en pantalonetas y el balón de basket debajo del brazo. Hacía los mejores quites y los mejores pases, una lideresa deportista y además bonita. Fadia era un ejemplo de que la vida es bella, de que siempre se puede seguir adelante, de que el deporte es sano y de que debes estudiar y convertirte en profesional, ser independiente, echao pa’lante, como se dice.

¿De que pudo haber muerto Fadia? —Le pregunté a mi madre ayer por la tarde, cuando la llamé.
¿Cuál Fadia?
Fadia Martínez, la hija del profesor Martínez, mi compañera del colegio.
¿Se murió Fadia?
¿Si mamá? En el Facebook dicen que se murió.
¿Y de qué?
No sé mamá, pensé que usted que está en el pueblo sabía algo de la noticia.
Yo no he escuchado nada.

Uno se sorprende de ver los caminos por los que lo va conduciendo la vida. Fadia tenía treinta y dos años, un hijo de catorce, era ingeniera de petróleos. Ayer googleé Muerte de Fadia Martinez, no apareció nada en las noticias ¿De qué pudo haber muerto Fadia? Me pregunté ¿Estaría otra vez embarazada? Quizá tuvo un problema ginecológico ¿Cáncer? ¿O un accidente automovilístico? Me di varias explicaciones acerca de las muertes en las personas jóvenes. Siempre miro la muerte con distancia, con cierta frialdad que aprendí en la escuela de medicina. Me interesa más la fisiopatología del asunto. Aunque la muerte parece algo que todos reconocemos —quiero decir, si uno ve a  una persona muerta, sabe que lo está por la falta de signos vitales o por su frialdad— a veces es difícil llegar al diagnóstico; sobretodo cuando se trata de niños o personas jóvenes, tal vez porque son vidas que se acaban temprano, de una manera que es difícil de creer. Para los médicos, vidas que no le pudiste arrebatar a La Muerte: esas dos palabras que separan, de una manera tan radical y sutil, dos estados completamente opuestos. ¿Es que alguien deja de ser cuando se muere? Si, esencialmente si, deja de existir, deja de ser. Su espíritu vuela fuera del cuerpo, nos explican las religiones. Me gusta pensar que los muertos pasan a estado de recuerdos, que están hechos…¿de antimateria? No son precisamente luz, sino otra manera de ser y de existir,  en un estado etéreo e intangible.

Me estremece pensar que aquí y ahora estoy tecleando, que tu estás leyendo, y en un instante podría pasar algo inesperado, por ejemplo, querer ir al baño y rodar escaleras abajo, fracturarse una vértebra cervical y morir de una falla respiratoria. Me estremece pensar en todos aquellos que en este momento pueden estar muriendo solos, sin ayuda. Los viejos en los asilos con respiración paradójica que han firmado el consentimiento de No Reanimación, los niños en las cunas que dejan de respirar, incluso durmiendo en la misma habitación, o en la misma cama que sus padres. ¿Sería que Fadia se estaba bañando el fin de semana en un rio y se ahogó? ¿Estaría practicando algún deporte extremo y se accidentó? La verdad es que me imaginé de todo, menos que alguien conocido pudiera ser la protagonista de una historia tan violenta. Hoy volví a googlear: <muerte de Fadia Martínez>, está en el diario El Tiempo: La historia de otra mujer que murió a manos de un policía y la foto de Fadia. Las circunstancias parecen ahora una historia que se repite, una y cientos de veces. El hombre era celoso, ella decidió romper con él, él la amenazó con matarla a ella y a su hijo, ella le puso límites, él logró franquear esos límites y llegó a su casa el día del cumpleaños de su hijo, armado. Ella corrió al patio, él le disparó por  la espalda y la remató con un tiro en la cabeza. Luego se suicidó. Fadia no estaba sola, sus padres estaban en el tercer piso de la casa, bajaron cuando oyeron el  primer disparo pero fue tarde. Ya los dos estaban muertos. Así, tan rápido y  fulminante. Luego de leer esto he estado con tristeza todo el día. Es como una bomba cayéndole a uno en algún lado del cuerpo, como algo que me dejará una cicatriz en alguna ranura del cerebro. Otro femicidio, otro asesinato por razones de género. No es la historia de una mujer que toma arsénico, como Madame Bovary, es la historia de una mujer asesinada por ser justamente lo contrario, odiada por amar la vida.  El femicidio que nos mata a todas, de a poco, que nos va picando a pedacitos, nos roba las imágenes poéticas y nos pone a contar historias repugnantes. Lo escribo porque desde que me enteré no he podido pensar en otra cosa. Porque, ¿que puede ser más importante hoy sino hacer una reflexión sobre esto?  Porque me deja una sensación amarga y un sentimiento de tristeza e impotencia. Porque más allá de lo que puede hacer el arte, la medicina, el derecho, la justicia, la familia, los hijos, los viajes, el estudio, la profesión, el deporte. Está el asesino que se le puede salir a alguien en el momento más inesperado, cuando acabas de celebrar el cumpleaños número catorce de tu hijo y te dices ¡Si! ¡Lo estoy haciendo sola! ¡Lo estoy sacando adelante! Y que luego de saborear la torta de cumpleaños con toda tu familia, alguien timbra, abres la puerta y es la muerte disfrazada del más cobarde de los asesinos. Y no solo esto, no es solo que haya pasado y que sea trágico, sino que puede volver a suceder.

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Lorena Escorcia

martes, 11 de marzo de 2014

Sheherezada moderna


Mi esposo llega tarde y cansado del trabajo, es mesero en un restaurante de Paris. Anoche abrió la puerta y entró derecho en la cocina, cuando vio todo patas arriba  preguntó:
—¿Y aquí qué pasó? —entonces yo le contesté:
—El pescado que tuve que tirar anoche a la basura, porque no te lo comiste, se la pasó todo el día nadando en la granada que no te terminaste hoy en el desayuno. Hace como media hora, antes de que llegaras, un bagre de color rojo granate saltó fuera de la caneca y vomitó un par de tigres que se subieron por los estantes, revolcaron las ollas, abrieron las conservas, se comieron la carne que había en la nevera, regaron el aceite y la leche encima de la estufa; luego salieron disparados por la ventana. Los vi atravesar el jardín y creo que se metieron al sótano por el portón del garaje, que está abierto desde ayer porque la puerta se dañó.

—¿!Qué!? —preguntó mientras abría unos papeles que traía bajo el brazo, dentro de los cuales había un par de pechugas de pollo. Les puso guarnición de perejil con ajo y mantequilla, las pintó con un huevo revuelto y las envolvió en finas migas de pan, las doró delicadamente en un hilito de aceite de oliva y en quince minutos limpió todo y preparó la cena. Cuando se sentó dijo que no podría seguir viviendo de esa manera,  en medio de ese  desorden, que si él llegaba cansado y preparaba los alimentos, lo justo sería al menos encontrar los platos limpios, y que por favor me ocupara de la casa. Al final se quedó pensando y dijo que le explicara mejor la historia de los tigres.

—He pasado todo el día recortando palabras de una revista de la National Geographic para escribir un cuento surrealista —le dije frente al par de pechugas a la Kiev y dos copas de vino—.

—¿Y qué escribiste? —Me preguntó calmado por la satisfacción de un plato bien hecho y bien servido por él mismo.

Traje mi cuaderno y lo abrí en la página del mosaico de palabras, las hojas chasquearon con olor a pegante, lo hice con cuidado para que no se desprendieran los recortes,  le leí lo siguiente:

Ardipithecus ramidus

Ramidus  vivía en la Tierra de Fuego y encarnaba la pasión imperfecta, había algo de sangre en su sonrisa y tenía la mirada de vidrio fragmentado por el sol. Secuestraba a los lectores de sus páginas con electrizantes historias ilustradas, pero sus proyectos habían empezado a congelarse. Afiló un puntapié  para romper el hielo y dibujó el primer hombre que cruzó la tierra por los caminos del norte: El Ardipithecus. Luego de diez años de intenso trabajo, Ramidus logró terminar un libro de cómics de mil páginas, que contaba el periplo del Ardipithecus desde El lago Victoria hasta la Patagonia. Nunca podrá escribir el final de la historia porque el cómic se salió de las páginas, y asustado de ver hombres gritando en la televisión se lanzó sobre Ramidus que claudicó herido por las garras del escrito.


Antes de que dijera que mi historia era lo más ridículo e incoherente que había escuchado en su vida —ya me estaba mirando como con intensidad— me adelanté a decirle que había utilizado la técnica dadaísta, que conecta ideas y palabras al azar para dejar fluir el inconsciente. Como hacía Dalí quien pintó el cuadro impreso en el calendario pegado a la nevera que se titula: sueño causado por el revuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar.

—¡Ah! ¿Entonces de ahí salieron los tigres que casi destruyen la cocina?
—Si mi vida, esos tigres se salieron, lo que no entiendo es ¿cómo hicieron para volver al calendario?
—Pues es que quizá no eran esos, los del calendario, sino los tigres que se salieron del pescado que estaba en la granada que no me comí esta mañana al desayuno.
—¡Si, eso es! Tiene que haber sido como tú dices, amor.
—¿Y qué vas a hacer mañana? ¿Seguirás escribiendo y me leerás otra historia a la hora de la cena?
—Si, te prometo que voy a escribir todos los días para tenerte una historia nueva cada noche cuando llegues.
—Esa idea me gusta mucho pero por favor, saca por lo menos cinco minutos al día para limpiar esa cocina y busca alguien que arregle la puerta del garaje.  Aunque si esos tigres están todavía en el sótano, habrá que alimentarlos y esconderlos, no vaya y sea que se coman al empleado de las puertas automáticas.


Lorena Escorcia.


Idilio, de José Asunción Silva. LA ORQUESTACIÓN MODERNISTA 04-25-24

 Idilio   - Ella lo idolatró y Él la adoraba...  - ¿Se casaron al fin?  - No. señor. Ella se casó con otro.  - ¿Y murió de sufrir?  - No, se...