martes, 23 de enero de 2024

El lago de Lamartine

 

I

Así siempre empujados hacia nuevas orillas,
en la noche sin fin que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos
echar ancla algún día?

II

Lago, apenas el año ya concluye su curso
y muy cerca del agua donde yo le di cita,
mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra
donde ayer se sentaba.

III

Tú bramabas así bajo estas mismas rocas,
te rompías con furia en su herido costado;
así el viento arrojaba tus oleajes de espuma
a sus pies adorados.

IV

Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba
entre el agua y los cielos a lo lejos se oía
solamente el rumor de los remos golpeando
tu armonioso cristal.

V

De repente una música que ignoraba la tierra
despertó de la orilla encantada los ecos;
prestó oídos el agua y la voz tan amada
pronunció estas palabras:

VI

«Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias
interrumpan su curso.
¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
de este día tan bello!

VII

Todos los desdichados aquí abajo os imploran:
sed para ellos muy raudas.
Con los días quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.

VIII

Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye.
A esta noche repito: «Sé más lenta», y la aurora
ya disipa la noche.

IX

¡Oh, sí, amémonos, pues, y gocemos del tiempo
fugitivo, de prisa!
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo,
fluye mientras pasamos.»

X

Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas
en que amor nos ofrece sin medida la dicha
de nosotros se alejen con la misma presteza
que los días de llanto?

XI

¿No podremos jamás conservar ni su huella?
¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos?
Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado,
¿no lo va a devolver?

Alphonse de Lamartine

Poema original en francés (completo)

«Le lac»

I
Ainsi, toujours poussés vers de nouveaux rivages,
Dans la nuit éternelle emportés sans retour,
Ne pourrons-nous jamais sur l’océan des âges
Jeter l’ancre un seul jour ?

II
O lac! l’année à peine a fini sa carrière,
Et près des flots chéris qu’elle devait revoir,
Regarde! je viens seul m’asseoir sur cette pierre
Où tu la vis s’asseoir!

III
Tu mugissais ainsi sous ces roches profondes ;
Ainsi tu te brisais sur leurs flancs déchirés ;
Ainsi le vent jetait l’écume de tes ondes
Sur ses pieds adorés.

IV
Un soir, t’en souvient- il ? nous voguions en silence,
On n’entendait au loin, sur l’onde et sous les cieux,
Que le bruit des rameurs qui frappaient en cadence
Tes flots harmonieux.

V
Tout à coup des accents inconnus à la terre
Du rivage charmé frappèrent les échos ;
Le flot fut attentif, et la voix qui m’est chère
Laissa tomber ces mots :

VI
» O temps, suspends ton vol ! et vous, heures propices
Suspendez votre cours !
Laissez-nous savourer les rapides délices
Des plus beaux de nos jours !

VII
» Assez de malheureux ici-bas vous implorent :
Coulez, coulez pour eux ;
Prenez avec leurs jours les soins qui les dévorent ;
Oubliez les heureux.

VIII
» Mais je demande en vain quelques moments encor
Le temps m’échappe et fuit ;
Je dis à cette nuit : » Sois plus lente «; et l’aurore
Va dissiper la nuit.

IX
» Aimons donc, aimons donc ! de l’heure fugitive,
Hâtons-nous, jouissons !
L’homme n’a point de port, le temps n’a point de rive
Il coule, et nous passons ! »

X
Temps jaloux, se peut-il que ces moments d’ivresse.,
Où l’amour à longs flots nous verse le bonheur,
S’envolent loin de nous de la même vitesse
Que les jours de malheur ?

XI
Hé quoi ! n’en pourrons-nous fixer au moins la trace ?
Quoi ? passés pour jamais ? quoi! tout entiers perdus ?
Ce temps qui les donna, ce temps qui les efface,
Ne nous les rendra plus ?

XII
Éternité, néant, passé, sombres abîmes,
Que faites-vous des jours que vous engloutissez ?
Parlez : nous rendrez-vous ces extases sublimes
Que vous nous ravissez?

XIII
O lac! rochers muets ! grottes! forêt obscure !
Vous que le temps épargne ou qu’il peut rajeunir,
Gardez de cette nuit, gardez, belle nature,
Au moins le souvenir !

XIV
Qu’il soit dans ton repos, qu’il soit dans tes orages,
Beau lac, et dans l’aspect de tes riants coteaux,
Et dans ces noirs sapins, et dans ces rocs sauvages
Qui pendent sur tes eaux !

XV
Qu’il soit dans le zéphyr qui frémit et qui passe,
Dans les bruits de tes bords par tes bords répétés,
Dans l’astre au front d’argent qui blanchit ta surface
De ses molles clartés!

XVI
Que le vent qui gémit le roseau qui soupire
Que les parfums légers de ton air embaumé,
Que tout ce qu’on entend, l’on voit ou l’on respire,

XVII
Tout dise : » Ils ont aimé ! »

Alphonse de Lamartine

Alphonse Marie Louise Prat de Lamartine nació en Mâcon, Borgoña francesa, el 21 de octubre de 1790.
Está considerado “el primer romántico francés”;  fue reconocida su enorme influencia sobre Paul Verlaine y los simbolistas.
Durante la República Francesa, en la que ejerció como político, hizo valiosos esfuerzos que hicieron posible abolir la esclavitud y la pena de muerte a la vez que fomentó el derecho al trabajo y a la formación laboral en programas cortos de capacitación, fue por tanto un idealista que siempre apoyó la democracia y el pacifismo.
Es necesario conocer mínimamente su biografía entender su obra literaria, excepcional naturalista, romántico e historiador.
Murió en París, en la más absoluta pobreza, el 28 de febrero de 1869.


jueves, 18 de enero de 2024

Safo, fragmento 31 (DOS VERSIONES)

 Me parece igual a los dioses 

ese hombre que frente a ti se sienta 

y escucha atento tu dulce charla


y tu risa adorable... oh eso


pone alas a mi corazón dentro del pecho


porque cuando te miro 

aunque sea un momento, 

palabras no me quedan


no: la lengua se rompe 

y fino fuego corre bajo mi piel 

y no hay vista en los ojos

 y un redoble colma los oídos


y frío sudor me apresa 

y el temblor me captura toda entera, 

más verde que la hierba soy 

y muerta... o casi me parezco. 


Me parece igual a los dioses aquel varón
que está sentado frente a ti
y a tu lado te escucha
mientras le hablas dulcemente
 
y mientras ríes con amor.
Ello en verdad ha hecho desmayarse mi corazón
dentro del pecho:
pues si te miro un punto, mi voz no me obedece,
 
mi lengua queda rota,
un suave fuego corre bajo mi piel,
nada veo con mis ojos,
me zumban los oídos,
 
…brota de mí el sudor, un temblor se apodera
de mi toda,
pálida cual la hierba me quedo
y a punto de morir
me veo a mí misma.
 
Fragmento 31
Safo

miércoles, 17 de enero de 2024

EL ARTE de Theophile Gauthier

 EL ARTE 

Sí ; la obra es más radiante 

si el pulimento es terso: 

diamante, mármol, 

esmalte, verso. 


No haya presión intrusa; 

mas para andar derecho, 

¡ oh Musa !

 lleva coturno estrecho. 


Al diablo el ritmo soso 

que, como chancla floja, 

pie ocioso se calza o se despoja. 


Rechaza, estatuario, 

la arcilla trabajada 

de diario

 con mente divagada;

  

doma al rebelde paros, 

vence al carrara duro 

— los raros 

dueños del perfil puro — 

 arranca a Siracusa 

el bronce, que altanero 

acusa 

el rasgo hermoso y fiero; 


persigue en cornalina,

con delicado apego, 

la fina 

faz del Apolo griego. 


Pintor, huye acuarelas, 

y fija los colores 

que anhelas, 

cual los esmaltadores.


 Haz sirenas azules, 

y monstruos de blasones, 

que ondules 

en raras contorsiones; 


en su nimbo trilobo 

a la Virgen y su Hijo, 

el globo 

del pie de la cruz fijo.


Todo pasa. Robusto 

el arte siempre vive

el busto 

al pueblo sobrevive. 


Y la medalla austera 

que un labrador ha hallado, 

entera 

de un César ignorado. 


Los dioses mismos mueren;

 pero los versos, gonces 

adquieren

más fuertes que los bronces. 


Cincela, esculpe, lima; 

que tu flotante ensueño

 imprima 

su poderoso empeño!

lunes, 15 de enero de 2024

Arte poética de Paul Verlaine

 Arte poética 

Prefiere la música a toda otra cosa, 

persigue la sílaba impar, imprecisa, 

más ágil y más soluble en la brisa, 

que –libre de lastre– ni pesa ni posa. 

Que vuestra palabra tenga un indeciso 

y equívoco paso, si lo decidís. 

Nada más hermoso que la canción gris, 

donde lo indeciso se une a lo preciso. 

Detrás de los velos, las miradas bellas. 

En el mediodía, una luz que oscila. 

Un cielo de otoño templado perfila 

un confuso azul de claras estrellas. 

Matiz, claroscuro, veladura sola. 

Nada de color. Sólo los matices. 

El matiz compone parejas felices 

entre sueño y sueño, entre flauta y viola. 

Aleja de ti la punta asesina, 

la gracia cruel y el rictus de hielo, 

que harían llorar los ojos del cielo 

con todo ese ajo de mala cocina. 

Coge la retórica y amordázala. 

Sujeta la rima, y dale sentido 

a esa carambola de vano sonido, 

que, si la dejamos, ¿hasta dónde irá?

¡Ah, la sinrazón de la pobre rima! 

¿Qué párvulo sordo, qué negro mochales, 

nos forjó esa joya de cuatro reales

 que suena a oropel hueco con la lima? 

La música siempre, y en tono menor. 

Que tu verso sea fugaz y suave, 

sutil y ligero, como vuelo de ave 

que busca otros cielos y otro nuevo amor.

Que tu verso sea la buena ventura 

esparcida al aire de la madrugada, 

que huele a tomillo y a menta granada… 

Todo lo demás es literatura.

sábado, 13 de enero de 2024

Proyectos de literatura por Agripina Montes del Valle

Dedicados al fino y distinguido caballero Dr. Román de Hoyos.

 

Voy, me dije hace algunas noches, a escribir un largo artículo sobre mis impresiones. Es tanto lo que me rodea y atormenta, que al fin, a fuerza de tanto sentir, es preciso que escriba.

Era viernes, la noche estaba radiante con la majestad de sus astros, la luna brillaba derramando su blanca luz en las sombras: todo estaba en silencio; mis tres hijos dormían. Meditabunda, de codos sobre una mesa, lanzaba de vez en cuando interrogadoras miradas a todo lo que me rodeaba, pensando solo en el nombre que le daría a mi largo artículo en proyecto. “Las noches, esto es lo que más me impresiona”, me dije, y escribí sobre un pliego de papel en forma de epígrafe: “la noche”.

No te prevengas, mi querido lector: yo no trataba de describir la belleza de la luna flotando sobre diáfanos vapores en la inmensidad de un cielo índigo. La tranquila y majestuosa noche que tenía presente no estaba en armonía con mi pensamiento. Solamente me proponía descubrir lo que sucede en casa al toque de oración. ¡Qué bullicio! ¡Qué tempestad de gritos! ¡Santo Dios! La hora de oración, ¡ah! En casa es terrible –tres niños gritando: el uno porque no lo acuestan, el otro porque no le han dado su leche y aquella, en fin, porque se le antoja llorar–. Tres niños casi de una misma edad son para enloquecer a cualquiera que tenga la cabeza mejor entornillada que la que esto escribe.

Figúrate ahora, mi bondadoso lector, si después de una barahúnda de gritos, en que la pobre madre da gracias a Dios porque la casa está en paz, le vendrían a la cabeza ideas poéticas para cantar la pompa de las bellezas del cielo y las confidencias misteriosas de las flores que persigue de paso algún rayo fugitivo de la luna. ¡Imposible! ¡Imposible! En la cabeza aturdida solo se siente luchar el pensamiento, sin poderse equilibrar.

La literatura, ese sueño de la mujer espiritual y sensible, no puede realizarse cuando ella ha contraído deberes tan sagrados como los del hogar. El inteligente y espiritual Dr. Vergara V. ha dicho muy bien al decir que si el hombre de negocios que cultiva su imaginación hace un milagro, la mujer hace tres. Y él tiene razón porque las “mujeres casadas sacrifican a las musas; pero al pie de las cunas de sus hijos y después de haber atizado la llama en el hogar cumpliendo con los deberes de esposas y madres cristianas”. La mujer, abnegada hasta el más sublime sacrificio, no vacila jamás en tomar lo amargo de la copa para hacerle al hombre menos detestable el resto. Y, dígase lo que se quiera, la parte peor del matrimonio la tomamos las mujeres. Para los hombres, en el curso del día, se guarda la poesía del hogar; para nosotras, la fea prosa de las largas noches de insomnio, y tantas otras incomodidades que sería largo referir.

Cuando una pobre madre logra el silencio de la noche, ya está cansada, fatigada su alma de luchar con la estupidez de las criadas, esa cruz abominable, la peor del matrimonio, y de lidiar con los hijos, porque las criadas del día entran a las casas a servir de señoras. Así es que si por no embotar su pensamiento pretende escribir sus impresiones del día, su malestar, su espíritu fatigado, no la dejan.

Mi largo artículo se quedó esta vez con el epígrafe, porque meditando y pensando sobre lo que sucedía en casa al toque de oración, se pasó rápidamente el tiempo y cuando menos acordé sonaron las doce en el reloj. Me levanté sorprendida de la rapidez de las horas, y me fui a la cama preguntándome si realmente era un sueño la literatura para la mujer casada.

La noche siguiente, después de acostar a los niños y dejar la casa en paz, me fui al escritorio con la firme intención de escribir. “Esta noche sí escribo”, exclamé, “pues si no brilla en mi escrito, la lucidez que reflejan las sonoras, fáciles y hermosas composiciones del paisano Dr. Echeverri, ni se gusta en él la cadenciosa música que imprimen en su elegante prensa Madiedo, Samper, Vergara, Borda y Caro, si me falta en fin la luz del genio, por lo menos brillará la verdad, pues lo que voy a escribir es la copia fiel de lo que siento”. Pero esa noche era el reverso de la anterior: sin luna, sin una sola estrella, melancólica y fatídica como el destino –un frío glacial entraba por los postigos de las ventanas, el viento apagaba la luz, todo era calamidad–; está visto, ya no podré escribir jamás.

Diciendo esto, me preparaba a levantarme cuando un terceto de gritos puso término a mis nocturnas ilusiones literarias.

La noche subsiguiente, fiel a las ideas que me dominaban, emprendí mi tarea de nuevo y me preparaba a escribir cuando entró mi cara mitad llevando un periódico en la mano.

–¿Qué escribes? –me dijo.

–Nada –le contesté–. Quisiera escribir algo sobre la noche; pero las cosas de casa son tan prosaicas que por esto creo que no se realizará jamás mi pensamiento, pues hace tres noches consecutivas que reposa el mero epígrafe del largo del artículo que tengo en la cabeza –y le señalé el papel donde realmente solo había escrito “la noche”.

–Mejor que no hayas escrito –me contestó–, porque en este periódico (que era el número 28 de El Oasis) hay un hermoso artículo de Selgas que lleva el mismo título.

Esa vez me alegré casi, porque aunque muy bien me supuse que la noche de Selgas no trataría sobre los asuntos de casa, bastaba para mí que el solo título estuviera al servicio del ilustre español. Tomé el periódico y leí con mucho gusto su sentida como hermosa producción.

Selgas, ese dulce poeta que canta con su corazón de niño, con el vigor del genio todo lo que es bello, justo, noble, grande, magnífico y sublime. Dulce y adorable poeta que reúne al poder de su brillante inteligencia la suave delicadeza de la sensitiva imagen de su ternura por todo lo que es bello. Y si “el estilo es el hombre” (perdonadme el Sr. Santos Jaramillo), los ojos de Selgas deben ser azules, porque según la valiente expresión del Dr. Samper, “unos ojos azules son por lo común dos miniaturas del cielo”; y ese hombre que entusiasma y avasalla por su genio, que permite admirar sin conocer los soberbios cuadros que salen de su pluma, rebosando de poesía de inalterable lógica, ese hombre debe tener en sus ojos la expresión y el reflejo de esos cielos que canta tan admirablemente.

Después de releído tan lindo artículo, con mucha calma tomé la pluma y la pasé dos o tres veces sobre “mi noche”, pues en realidad yo no trataba de describir sino “mis noches” y esta vez, como las otras dos, mis castillos de literatura vinieron al suelo. Sin embargo, la cuestión se reducía a buscar otro nombre para encabezar mi artículo, pues está visto que las grandes empresas estimulan las pequeñas.

Al día siguiente me propuse escribir, pero era lunes y la casa estaba en un desorden espantoso, porque aunque mis tres hijos están pequeños, dos de ellos me dan que hacer por ocho.

El día anterior, estando yo fuera de casa, los niños de la vecindad en compañía de los míos, o diré más bien, los míos en compañía de los otros, se subieron al balcón con una hornilla que contenía ceniza y carbón, y no solo no se contentaron con regarlo todo, sino que también sobre las tablas pintaron triques y enormes y fierísimos matachines, dejándome la escala en un estado tristísimo, embadurnada de carbón y ceniza. La lavada de la escala era, pues, la primera ocupación del día y ordenar que fuera un peón a limpiar con cal las paredes de los corredores que estaban llenas de arañazos y sendos figurines por el estilo de los de la escala. En esto y en arreglar la casa se pasó un poco de tiempo. Después de almuerzo empezaron a llegar visitas hasta las tres, hora de comer en casa. Un rato después de la comida, cuando soñaba con la deseada hora, oí un ruido como de una tabla rodando, seguido de un grito agudo. “¡Santísimo Dios!”, exclamé, “ya se mató algún muchacho”. Ese golpe siempre fue en la cabeza de Alfonso que sonó. Una tabla de un sobrecielo que estaba en falso y que el inquieto niño hacía días estaba molestando con el palo de una escoba se desprendió sobre su enemigo y le rompió la frente.

Confundida con la travesura inaguantable de tan indomable muchacho, sin saber qué hacer, y afanadísima con este contratiempo, ocurrí a buscar papel inglés para vendarle la herida, y una vez que cesó el llanto me puse a leer los periódicos del correo que habían llegado de Bogotá. Cuando concluí ya era bastante tarde y se acercaba la terrible hora de oración con todo su ruidoso séquito. Ya no era posible escribir y me resolví a aguardar la noche.

En efecto, después de que pasó la tempestad, infatigable en mis ideas, fui al escritorio y esta vez más afortunada logré escribir, pero no sé lo que escribí, porque a una hora más avanzada de la noche me levanté para irme a la cama. Solo recuerdo que el título era “El hogar”.

Y ahora, mi querido lector, pregúntame, ¿dónde está ese artículo, que ya me tienes fastidiado con tus largas digresiones y con tu pesadísima prosa? ¡Paciencia! Voy a referirte en dos palabras el breve martirologio de mi humilde producción.

El martes como a las cuatro de la tarde, libre de los hijos y de todo lo que me molesta a tiempo de escribir, me fui al escritorio a poner en limpio el borrador de “mi hogar”. Tristísimo y amargo era el desengaño que me aguardaba. La pieza estaba inconocible: muebles, papeles, libros, todo rodaba por el suelo en el más miserable estado –lleno de arenilla y tinta; dos tinteros que estaban en la mesa los habían derramado sobre todo lo que había en la pieza–. La más soberana incomodidad se apoderó de mi ser: la rabia, el despecho y por último la más engañosa calma se sacudieron en mí con extraordinaria rapidez. Salí a preguntarle a las criadas quién había abierto las puertas a esos genios de la destrucción.

–Pues su mercé mesma –me contestó Juana, una de las criadas–. Cuando mi seño Triana vino de visita a prestar un número de Los Locos dejó sin llave la puerta y el niño grande y la niña María se entraron de rejilón y cuando yo fui ya habían derramao la tinta, y luego porque su mercé no se pusiera más brava les cerré la puerta y los dejé adentro, y cuando busté jué a sacar la visita al portón les abrí otra vez y salieron.

Por toda respuesta me entré al aposento diciendo: “Bendito sea Dios, que ni por más que una se mate consigue quién le sirva con voluntad y con interés por las cosas de la casa”.

En esto entró mi esposo de la calle y me dijo:

–¿Que tienes, hija, que estás con esas bravatas?

–¡Qué he de tener! ¿No sabes que no hay cosa peor en el mundo que lidiar con voluntades ajenas?

–¿Qué ha sucedido, pues? –me replicó con la calma que lo caracteriza.

–Ven –le dije– y lo sabrás.

Y lo llevé a la pieza para mostrarle la obra de mis hijos y de la estupidez de una criada.

–Mira –le repetí–, esos diablillos han dado al traste con mi querido manuscrito, fruto tardío de cuatro largas noches.

–¿Qué hemos de hacer, hija? ¿No son nuestros hijos? ¡Y cómo es que hemos de vivir sin quién nos sirva, cuando la cruz negra es indispensable a la cruz blanca!

–Verdaderamente –le contesté llena de incomodidad– son nuestros hijos. No vuelvo nunca a escribir, no se entiende una sola palabra de lo que escribí; no solo me han roto mis demás manuscritos sino que a este le dieron baño de tinta.

–Cálmate, hija. Luego cuando estés en paz, sin la bulla de esos chinos, escribes otro artículo sobre el mismo asunto.

–¡Dios me libre! –Le respondí–, cuando todo se me queda en proyecto y luego una función de estas acaba de arreglarlo todo.

Y salí otra vez de la pieza, desalentada y palpando la fría realidad de que en esta tierra las mujeres casadas no seremos nunca literatas.

Es por esto, mi piadoso lector, que no ha visto la luz pública mi artículo, pues no salió vivo del escritorio. Allí mismo murió a fuerza de baños de tinta, y es por eso que al referirte lo que me ha pasado he llamado a esto “Proyectos de literatura”.

miércoles, 10 de enero de 2024

YO ES OTRO (Rimbaud)

 

Yo es otro (Arthur Rimbaud)

De Arthur Rimbaud a Georges Izambard

Charleville, 13 de mayo 1871

Estimado señor:

Ya está usted otra vez de profesor. Nos debemos a la sociedad, me tiene usted dicho: forma usted parte del cuerpo docente: anda por el buen carril. — También yo me aplico este principio: hago, con todo cinismo, que me mantengan; estoy desenterrando antiguos imbéciles del colegio: les suelto todo lo bobo, sucio, malo, de palabra o de obra, que soy capaz de inventarme: me pagan en cervezas y en vinos. Stat mater dolorosa, dum pendet filius, — Me debo a la Sociedad, eso es cierto; — y soy yo quien tiene razón. Usted también la tiene, hoy por hoy. En el fondo, usted no ve más que poesía subjetiva en este principio suyo: su obstinación en reincorporarse al establo universitario —¡perdón!— así lo demuestra. Pero no por ella dejará de terminar como uno de esos satisfechos que no han hecho nada, porque nada quisieron hacer. Eso sin tener en cuenta que su poesía subjetiva siempre será horriblemente sosa. Un día, así lo espero, — y otros muchos esperan lo mismo —, veré en ese principio suyo la poesía objetiva: ¡la veré más sinceramente de lo que usted sería capaz! Seré un trabajador: tal es la idea que me frena, cuando las cóleras locas me empujan hacia la batalla de París —¡donde, no obstante, tantos trabajadores siguen muriendo mientras yo le escribo a usted! Trabajar ahora, eso nunca jamás; estoy en huelga.

Por el momento, lo que hago es encanallarme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a comprender nada, ni apenas si yo sabré expresárselo. Ello consiste en alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, que haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa mía. Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. — Perdón por el juego de palabras.

Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!

Usted para mí no es Docente. Le regalo esto: ¿puede calificarse de sátira, como usted diría? ¿Puede calificarse de poesía? Es fantasía, siempre. — Pero, se lo suplico, no subraye ni con lápiz, ni demasiado con el pensamiento.


sábado, 6 de enero de 2024

El curioso incidente del perro a media noche

sobre este libre

a mi me pareció un hueso duro de roer, era la segunda vez que intentaba leer este libro (la primera vez fue hace diez años) y entendí que mi dificultad radicaba en que se demora en llegar a al nudo real del asunto, que es el tema del matrimonio de los padres de Christopher y que esto hace que al principio la lectura se sienta cuesta arriba. Una vez se expresa ese nudo el texto empieza a fluir por sí mismo,  (aunque me salté todas las explicaciones matemáticas)  y eso me pareció revelador, pues es lo que estamos trabajando, si no hallamos la trama desde el principio y no dejamos ahí el anzuelo para que el lector lo agarre corremos el riesgo de que abandonen nuestro libro en las primeras páginas, pues casi a nadie le interesa la investigación detectivesca de un perro muerto, en cambio, un enredo de sábanas, eso sí que es interesante. 

También estoy de acuerdo en que el libro está estructurado de una manera muy lógica, la misma lógica que va dentro de la cabeza de Christopher, y que las personas comunes no estamos acostumbradas a este tipo de estructuras tan rígidas. En el libro no hay poesía o metáforas y cuando las usa aclara porqué no lo son... esto es irónico y quizá una burla también a cualquier tipo de literatura, lo cual es cómico porque se trata de una novela. 

Leí una entrevista de Mark Haddon acerca del libro The Curiously Irresistible Literary Debut of Mark Haddon - Powell's Books (powells.com)

y me pareció que Haddon,  originalmente un ilustrador tiene algo de Christopher, aunque obviamente Mark es completamente funcional y es un artista y escribe buenas novelas, pero Christopher también hace buenos dibujos, y va a ir a la universidad a estudiar física y también escribe buenas novelas,

Al final creo que el libro ha tenido tanto éxito porque logra rozar un poco algo inquietante, o las mentes inquietantes de personas o caracteres que nos cuesta entender,

por último, creo que existe un gran espectro de personas que siendo muy rígidas también pueden escribir buenos libros, o mejor dicho, ¿será que para escribir una buena novela uno necesita ser psico-rígido? jajaja, ahora me sale la duda. 

Saludos y de nuevo gracias, 

 

 The Curiously Irresistible Literary Debut of Mark Haddon (powells.com)

Idilio, de José Asunción Silva. LA ORQUESTACIÓN MODERNISTA 04-25-24

 Idilio   - Ella lo idolatró y Él la adoraba...  - ¿Se casaron al fin?  - No. señor. Ella se casó con otro.  - ¿Y murió de sufrir?  - No, se...