jueves, 19 de febrero de 2015

Déjà vu


Enfrentar el silencio, caminar  de la mano por el boulevard de almacenes cerrados, sin ojos, sin oídos. Dibujar una doble sombra en los adoquines, único movimiento en esa calle larga de luces borrosas. Calle muda. 

¿Entiendes el frío que lucha desde adentro?  ¿El que trata de salir por las puntas de tu cuerpo, cambiándote el color de los dedos?  

Fríos internos que se tratan con ventosas y te dejan la espalda llena de círculos morados. Un corazón que late sangre gélida es como tener escarcha entre las venas ¡Duele tanto! 

Congelar el estómago, vaciar el vientre vomitando abandono, para dejar más espacio al frío que penetra los huesos. 

—¿Sabes? Siento que esta misma escena se ha repetido antes, y no una sino muchas veces. 

Déjà vu de aquel que te dice que te quiere, pasa el tiempo y resulta que ya no te quiere o que nunca te ha querido, que estaba confundido, que las cosas no eran como pensaba o como imaginaba. 

—Yo solo siento que te quiero ¡Estás helada!

Y enlazada fuerte entre sus brazos de músculos redondos, caes de nuevo sobre la consola de su pecho,  triángulo boca abajo, caja sonora que retumba en tu cabeza y desvanece el pensamiento. 

Duermes por un segundo o dos, sostenida por la estructura cálida que late a menos de sesenta por minuto.
 
¿Quién puede resistirse a la piel, a la caricia, a la tibieza de las sábanas?
 
—Quiero invitarte a dormir conmigo.

Pero la noche es vieja, y no le da tiempo a los amantes de enroscarse en cucharita. Noche despierta en su hora flemática. 
Se despide  con un ‘te llamo mañana’ y un beso en la frente,  sin mirar atrás, como una flecha lanzada a la diana del desconcierto. 

—¡No me dejes sola! ¡Por favor! ¡No me dejes! 

No lo gritas, lo engulles; y tus ojos lloran para adentro.  

Tu  sombra larga y congelada, flaca y dividida, que camina  con  pasos entumidos.
 
Abres la puerta, tiras los tacones y te deshaces del abrigo. Es madrugada y  hay rocío en la hierba, el cielo no se define por la luz o la oscuridad. Respiras y te bañas porque a las siete tienes lección de piano. Hoy te toca Gymnopédie de Satie. Frente al espejo ves una cara pálida, en la gaveta del tocador el maquillaje oscuro que pones arriba pero sobre todo debajo, para  llorar lágrimas negras desde los pozos de tus ojos. Los labios rojos y el moño pequeño, delicado, como tus escasos cabellos. Nunca olvidas el perfume.

No quiero vivir más lo ya vivido, pero tampoco quiero más desayunos a solas. Preparar el café y tomarlo despacio, en el juego de té de loza inglesa. El cuadro de Miró que pusiste en la sala te hace una sarcástica e infantil compañía. Masticar veinte veces el pan y digerir las noticias ¿Cereal o tostadas? ¿yogurt o leche? ¿jugo o fruta? da igual. Desayunar sin opiniones ni matices. Vomitar y escuchar el teléfono. Te limpias y sales corriendo a contestarlo.  

—Hola, ¿vas a dejarme?
—¿Porqué voy a dejarte? Si  te quiero.

Lorena Escorcia-Hernández. 


Idilio, de José Asunción Silva. LA ORQUESTACIÓN MODERNISTA 04-25-24

 Idilio   - Ella lo idolatró y Él la adoraba...  - ¿Se casaron al fin?  - No. señor. Ella se casó con otro.  - ¿Y murió de sufrir?  - No, se...