A Gabo,
I don't want to achieve immortality through my work; I want to achieve immortality through not dying. -Woody Allen, Without Feathers
Ya había hecho dos intentos de suicidio: el primero saltando de la cama, clavándose en el suelo de cabeza, delirando con un pozo de agua, el segundo tendiéndose en la terraza del hospital, desnudo y con los ojos fijos en el sol ardiente. Ese jueves santo, cuando el enfermero entró en la habitación para darle el almuerzo: caldo de pollo con cilantro, tostadas y pastillas, encontró la cánula de oxígeno sin el paciente insolado sobre el lecho. Presumieron otra excentricidad de la demencia o que se había olvidado del camino al regresar del baño; lo cierto es que no estaba ni en la terraza ni debajo de la cama y ya había pasado el medio día desde que el desahuciado se diera a la fuga en pijama y bicicleta.
Le había tomado ochenta años
elegir una muerte por asfixia. Nunca tuvo la más mínima intención de renunciar
al vicio: doping, estimulante, relajante, inspiración, sueño, vigilia, amigo o
soledad. Tenía un pacto matrimonial, fiel y resignado con el cigarrillo.
Una ambulancia y dos patrullas de policía que perseguían al
octogenario lo interceptaron en la ciclo-ruta. Al verlo caído sobre las hojas
amarillas, resoplando con un halo índigo alrededor de la boca, lo reanimaron. Sintió
la subluxación de la mandíbula, el tubo que le pasaba por la tráquea, el aire
que no le entraba a los pulmones. Con la mirada fija en el cielo azul y un
dolor más allá de la consciencia, le gritó al corazón que por favor parara y el
corazón paró. Lo cual le extendió la vida por otros treinta minutos en los que
le insertaron energía con paletas eléctricas. En eso estaban cuando un agujero
de color ocre rojo se extendió desde el centro de su cuerpo. En los últimos
segundos de su vida los paramédicos vieron el cuerpo desaparecer en la hojarasca,
convertido en hormigas oscuras, rojas, rápidas; algunas llevando
pétalos, otras un pedacito de carne o hueso, otras un trozo de tela, siguiendo
un camino sin fin...y mariposas amarillas volando por montones repartidas hacia
todas las dimensiones del tiempo.
Vinieron la prensa, la familia,
los amigos, las mujeres, los hijos, los alumnos, los admiradores, los mecenas...
—No hay ningún
cuerpo, —declararon los del hospital.
Luego de la desaparición, la
policía lo siguió buscando convencida de que los paramédicos habían sufrido un episodio de esquizofrenia
colectiva. Lo cierto es que quienes lo reanimaron quedaron salpicados de
sienas y amarillos, de ocre natural y tostado. Pasó una eternidad antes de que pudieran quitarse ese
color de la piel, a pesar de baños termales y sulfúricos.
—Se lo tragaron las
hojas, —dijeron con la cara pintada.
Era que el pintor se había transmutado
en los colores.
Lorena Escorcia
Felicidafed!!!! me encanto" realismo magico" digno del Gabo. creo que es muy bueno, sigue escribiendo, lo leiste, muy buena alumna. si me dijeran que es de el, lo creeria.
ResponderEliminarGracias Patricia :)
EliminarEstupendo trabajo, magnífico.
ResponderEliminarMe hizo pensar en otra historia que escribí hace ya un buen tiempo. La invito a que la vea. Gracias, leer su blog ha sido sumamente placentero.
http://eltornilloquehacefalta.blogspot.com/2014/01/quien-se-le-toma-el-agua-al-viejo.html