<Q.e.p.d. Fadia Martínez. Mona: Que Dios
te tenga en su gloria> Amaneció la nota pegada en el muro de una ex
compañera de colegio, que vive en Nueva York. Ese post me rondó todo el día la cabeza. Es raro en nuestra tierra que
alguien sea naturalmente rubio y Fadia lo era. Rubia, carismática, energética. Me
acuerdo de ella en pantalonetas y el balón de basket debajo del brazo. Hacía los mejores quites y los mejores
pases, una lideresa deportista y además bonita. Fadia era un ejemplo de que la
vida es bella, de que siempre se puede seguir adelante, de que el deporte es
sano y de que debes estudiar y convertirte en profesional, ser independiente, echao pa’lante, como se dice.
—¿De que pudo haber muerto Fadia?
—Le pregunté
a mi madre ayer por la tarde, cuando la llamé.
—¿Cuál Fadia?
—Fadia Martínez, la hija del profesor Martínez,
mi compañera del colegio.
—¿Se murió Fadia?
—¿Si mamá? En el Facebook dicen que se murió.
—¿Y de qué?
—No sé mamá, pensé que usted que está en el
pueblo sabía algo de la noticia.
—Yo no he escuchado nada.
Uno se sorprende de ver los caminos por los
que lo va conduciendo la vida. Fadia tenía treinta y dos años, un hijo de
catorce, era ingeniera de petróleos. Ayer googleé Muerte de Fadia
Martinez, no apareció nada en las noticias ¿De qué pudo haber muerto Fadia? —Me pregunté— ¿Estaría otra vez embarazada? Quizá tuvo un problema ginecológico
¿Cáncer? ¿O un accidente automovilístico? Me di varias explicaciones acerca de
las muertes en las personas jóvenes. Siempre miro la muerte con distancia, con cierta
frialdad que aprendí en la escuela de medicina. Me interesa más la
fisiopatología del asunto. Aunque la muerte parece algo que todos reconocemos —quiero
decir, si uno ve a una persona muerta,
sabe que lo está por la falta de signos vitales o por su frialdad— a veces es
difícil llegar al diagnóstico; sobretodo cuando se trata de niños o personas
jóvenes, tal vez porque son vidas que se acaban temprano, de una manera que es
difícil de creer. Para los médicos, vidas que no le pudiste arrebatar a La
Muerte: esas dos palabras que separan, de una manera tan radical y sutil, dos
estados completamente opuestos. ¿Es que alguien deja de ser cuando se muere?
Si, esencialmente si, deja de existir, deja de ser. Su espíritu vuela fuera del
cuerpo, nos explican las religiones. Me gusta pensar que los muertos pasan a
estado de recuerdos, que están hechos…¿de antimateria? No son precisamente luz,
sino otra manera de ser y de existir, en
un estado etéreo e intangible.
Me estremece pensar que aquí y ahora estoy
tecleando, que tu estás leyendo, y en un instante podría pasar algo inesperado,
por ejemplo, querer ir al baño y rodar escaleras abajo, fracturarse una
vértebra cervical y morir de una falla respiratoria. Me estremece pensar en
todos aquellos que en este momento pueden estar muriendo solos, sin ayuda. Los
viejos en los asilos con respiración paradójica que han firmado el
consentimiento de No Reanimación, los niños en las cunas que dejan de respirar,
incluso durmiendo en la misma habitación, o en la misma cama que sus padres. ¿Sería
que Fadia se estaba bañando el fin de semana en un rio y se ahogó? ¿Estaría
practicando algún deporte extremo y se accidentó? La verdad es que me imaginé
de todo, menos que alguien conocido pudiera ser la protagonista de una historia
tan violenta. Hoy volví a googlear:
<muerte de Fadia Martínez>, está en el diario El Tiempo: La
historia de otra mujer que murió a manos de un policía y la foto de Fadia.
Las circunstancias parecen ahora una historia que se repite, una y cientos de
veces. El hombre era celoso, ella decidió romper con él, él la amenazó con
matarla a ella y a su hijo, ella le puso límites, él logró franquear esos límites
y llegó a su casa el día del cumpleaños de su hijo, armado. Ella corrió al
patio, él le disparó por la espalda y la
remató con un tiro en la cabeza. Luego se suicidó. Fadia no estaba sola, sus
padres estaban en el tercer piso de la casa, bajaron cuando oyeron el primer disparo pero fue tarde. Ya los dos
estaban muertos. Así, tan rápido y
fulminante. Luego de leer esto he estado con tristeza todo el día. Es
como una bomba cayéndole a uno en algún lado del cuerpo, como algo que me
dejará una cicatriz en alguna ranura del cerebro. Otro femicidio, otro
asesinato por razones de género. No es la historia de una mujer que toma
arsénico, como Madame Bovary, es la historia de una mujer asesinada por ser
justamente lo contrario, odiada por amar la vida. El femicidio que nos mata a todas, de a poco,
que nos va picando a pedacitos, nos roba las imágenes poéticas y nos pone a
contar historias repugnantes. Lo escribo porque desde que me enteré no he
podido pensar en otra cosa. Porque, ¿que puede ser más importante hoy sino
hacer una reflexión sobre esto? Porque
me deja una sensación amarga y un sentimiento de tristeza e impotencia. Porque
más allá de lo que puede hacer el arte, la medicina, el derecho, la justicia,
la familia, los hijos, los viajes, el estudio, la profesión, el deporte. Está
el asesino que se le puede salir a alguien en el momento más inesperado, cuando
acabas de celebrar el cumpleaños número catorce de tu hijo y te dices ¡Si! ¡Lo
estoy haciendo sola! ¡Lo estoy sacando adelante! Y que luego de saborear la
torta de cumpleaños con toda tu familia, alguien timbra, abres la puerta y es
la muerte disfrazada del más cobarde de los asesinos. Y no solo esto, no es
solo que haya pasado y que sea trágico, sino que puede volver a suceder.
-
Lorena Escorcia