Mi nombre es Saúl
González y fui pescador artesanal. Nací en La Arenosa en el año de 1957, el
mismo año en que nació Diomedes Díaz Maestre, el Cacique de La Junta. Yo llegué a Bocas de Ceniza por los
ochenta, cuando el cacique grabó Fantasía, un exitaso en toda la costa; ese mismo año nació mi hijo
Kaleth, que se ahogó en el río a los diecisiete.
Yo fui de los que
empezaron la pesca con cometa en el tajamar de Bocas. Luego de la muerte de
Kaleth supe que la pesca
con redes en este punto era peligrosa, ¡el que se caiga no sale vivo! Las
corrientes del rio son traicioneras, ¡ya muchos se han ahogado! Luego aparecen
flotando sobre los manglares, junto a las botellas de plástico, las latas, las
chancletas y los caimanes muertos que el río ha arrastrado desde bien adentro
de la ciénaga.
Antes vivíamos en
la casa de mi mamá, con Elisenia y los tres niños, todos en una sola pieza. Luego
nos mudamos aquí, al tajamar, ¿pero sabe? ya ni en la tierra, ni en el agua, ni
en el aire lo dejan a uno vivir. Hace varios años unos empresarios dijeron que
la zona era de mucho potencial turístico, que nuestras casas sobre palafitos no
entraban en sus planes, que tendríamos que irnos de aquí, que esto era una
invasión. Yo solo digo que bajo este cielo saqué adelante a mi familia, tengo
el rio, el mar, la brisa, los atardeceres, el calor del sol, el olor de la sal
y el sabor del pescado fresco. Por las noches veo las luces de las embarcaciones
y la ciudad, que está allá lejos, llena de edificios muy altos donde viven
los ricos, y de inmensas barriadas donde
viven los pobres.
Mi mamá no quiso
sacar a la Cleo de la casa. Cleo es una amiga de mi mamá que un día llegó con
sus maletas, se acomodó en mi habitación y nunca más quiso salirse de ahí. Lo
único que hace es tomar el fresco en la baranda todas las tardes y beber jugo
de corozo, ¡hombre lo que es la amistad!
Un día se van a morir todos de sed, si es que no se están muriendo ya de los racionamientos
de agua ¡y en ese calor! La vieja me
mandó a dormir al cuarto más feo, hasta que un día le dije a mi mamá que si no
se iba ella, era yo el que me salía de la casa, con los motetes, la mujer y los
niños, y así lo hice. Gracias a Dios que nunca nos faltó el sagrado vallenato.
Un acordeón fue lo único que heredé de mi padre, aparte del vicio de enamorar
muchachas bonitas y tomar cerveza. Mi padre decía que no nos dejaba muchas
cosas materiales, para que no nos peleáramos entre hermanos, éramos diez. Con
el acordeón aprendí el repertorio de Diomedes, acompañé serenatas, quinceañeras
y hasta entierros, me gané más de un guayabo y una que otra muchacha. Claro que
Elisenia no podía enterarse de eso, ¡me hubiera matado! Pobre Elisenia, se
quedó sola, todo por culpa de aquel brujo inexperto. El charlatán puso un
anuncio en el periódico, diciendo que tenía una pócima que lo convertía a uno
en caimán, solo por unas horas, y luego lo volvía otra vez al cuerpo humano. Y
le pagué con una buena sarta de pescado a ese viejo endemoniado. Pero yo no
sabía el camino por río para volver donde él, y siempre que iba a coger ese
camino la corriente me llevaba otra vez al mar. Así que me tocó adaptarme a la
vida aquí en la ciénaga, aprender a comer sapo,
esquivar a los pescadores. Por lo menos pude venir a vivir a Bocas, para
estar cerca de mi mujer y de Ómar y
Félix, los otros dos hijos que tuvimos. Ellos no saben que vivo en el manglar.
Desde aquí, escondido bajo el follaje, puedo verlos. Pobre Elisenia, se le ve en la cara la tristeza cada vez que
se asoma por ahí…
A pesar de haber
perdido a mi hijo Kaleth, no me arrepiento de haber traído a mi familia a este
lugar que es todo para nosotros, luego de la música, por supuesto. Bajo este
cielo saqué adelante a mi familia. Con Elisenia hicimos el esfuerzo de comprar
toda la colección de oro de Diomedes, los altoparlantes y un equipito. El viejo
Diome es el que nos alegra el rancho. El mar y el rio nos dan el pescado, que
aquí abunda en todo tiempo: sardas, meros, caimanes, bagres y gato. Los
muchachos no se pueden quejar, mal no les va. Ahora el único que corre peligro
soy yo, pero yo sé cómo piensa el pescador y no me voy a dejar matar de un arponazo; no voy a ser tan pendejo de caer en la
carnada de las cometas.
La muerte de
Diomedes me tomó por sorpresa, y justo le dio por morirse en Navidad, en lo
mejor de la fiesta. Ahora que lo pienso, podría irme hasta Valledupar, el río
no está crecido, aunque de aquí a la ciénaga de Zapatosa es cuesta arriba. Hay
que llegar hasta el Guatapirí y luego cruzar todo el César, pasando por Plato y
El Banco.
Si el Cacique
supiera que el hombre-caimán va a correr esa maratón para asistir a su
entierro… pa’ mí no hubiese habido honor más grande, no lo hay para ningún acordeonero de la costa, que tocar en
el funeral del Cacique. ¿Cómo será ver
de cerca al Poncho Zuleta, al Jorge Oñate, al Peter Manjarrés? ¡Es que ya me
imagino el mundo de gente que va a venir! Dicen que hasta el presidente y la
Toti. Habrá que ir bien elegante. Si todavía fuera carne humana, Elisenia me
limpiaría los zapaticos blancos, me plancharía la guayabera y me alistaría el
morral con un buen puntal de pescado salado y patacón de plátano frito,
¡lástima que en esta cabezota plana uno no se pueda poner el sombrero vueltiao! Van a poner el féretro una
semana en cámara ardiente, sobre una tarima, en la plaza Alfonso López de
Valledupar, al lado del palo de mango. Será un entierro bonito, como El Cacique
soñó, con más de cien mil almas desfilándole frente al ataúd. Yo sí tengo la
intención de aparecerme por allá. Ojalá me reconozcan y no se asusten, ya estoy
ensayando lo que les voy a decir:
—Tranquilos,
tranquilos… ¡Que yo no como gente! ¿No
ven que soy el hombre-caimán?
Pero luego me
acuerdo de que no puedo sacar mi cabeza del agua…
Gracias a Dios
todavía estoy vivo. Nunca me imaginé lo bonito que se ve el río con los ojos de
un cocodrilo. Tengo los atardeceres, la extensión del Magdalena, toda la
ciénaga para nadar y espiar a las muchachas bonitas que se meten al río empelota. ¿Qué más puedo pedir?
¡Hombre, que
lástima del Cacique! Teníamos la misma
edad.
Lorena Escorcia Hernández
Lorena Escorcia Hernández
¡Me encantó! ¿Acaso conociste a ese hombre-caimán?
ResponderEliminarADC