viernes, 21 de abril de 2023

Los escritores somos unas veces como Gregorio Samsa y otras como Bartleby

Para quienes tenemos vocación pero no talento para juntar palabras, decidirse a cultivar el oficio del escritor empieza con un proceso de transformación, un proceso de metamorfosis dolorosa como la que le pasó a Gregorio Samsa. Pero no nos asustemos porque pudiera ser mucho peor, cuando llega el bloqueo y uno preferiría no hacerlo. Como el Bartleby de Melville, la catástrofe puede ser un poco peor. Tanto Samsa como Bartleby mueren de inanición, el uno porque lo dejan abandonado en una pieza a su suerte, el otro porque por puro libre albedrío decide no volver a escribir y también sucumbe. 

Uno se despierta un día sin haber escuchado el despertador y se da cuenta de que se le hizo tarde para ir a ese trabajo que odia, un trabajo en el que uno se siente miserable, pero el que le daba el sustento para la familia y con el que uno ya se había casado con resignación. Despierta uno un día y resulta que ya no puede pararse de la cama, ha sido poseído por ya por la extrañeza, por la desolación de no pertenecer al mundo, por la depresión, la angustia o las historias que tiene que contar, que pesan como el exoesqueleto de un insecto.

Uno puede estar en un momento de la vida en que la gente espera mucho de uno, sus jefes, sus padres, sus hermanos; siente dolor y vergüenza de no ser capaz de continuar teniendo la vida que ellos querían que uno viviera, la vida que ellos se imaginaban que uno debería vivir, de acuerdo a las mínimas capacidades que ellos le reconocían y, sobre todo, teniendo en cuenta que la literatura no da para comer. 

El primero que vendrá a averiguar, qué es lo que a uno le ha pasado, es el jefe. Nunca es el mismo, el jefe de Samsa es despiadado y utilitarista, mientras que el Bartleby es compasivo. Cruel o compasivo el jefe siempre intentará la persuasión, primero tratando de demostrar interés en el caso de esa ausencia laboral, luego tratando de convencer a la familia, incluso, una flexibilización, pero con el paso de las horas, o de los días o de las semanas huirán aterrorizados de ver  que uno ya es un caso perdido, y que lo poseyó completamente el monstruoso espíritu creativo tan incompatible con las labores cotidianas de una compañía o de una oficina.

Los padres, expresarán su preocupación con preguntas como ¿y ahora de qué vas a vivir? que en realidad significa ¿y ahora de qué vamos a vivir? ya no nos podrás ayudar más con nuestras deudas y tendremos que renunciar a muchos de los pequeños placeres que salían de tu bolsillo. También se preocuparán de pensar que uno está enfermo, de la mente y el cuerpo, tratarán de que uno retorne a la normalidad, a como era antes, yendo todos los días toda juiciosa a la oficina, al consultorio. Las mamás van a pagar novenarios a todas las vírgenes y los santos, buscarán consejos en todas las amigas. Los padres, acostumbrados a ser un poco más prácticos, consultarán a un psiquiatra, todos tratando de exorcizarle a uno el espanto. 

Con el tiempo, viendo que uno ya se pudo parar de la cama y come, pero que no logra salir de su encierro porque se la pasa todo el día leyendo y escribiendo, empezarán a aceptar la situación y a buscarse ellos la vida, porque uno ya no la pudo buscar por ellos. Entonces tratarán de continuar con sus rutinas pero siempre sin hablar mucho del asunto, tratando de olvidar que en sus casas habita ese ser parásito y que encima a ellos les toca mantenerlo y acogerlo porque quedarían muy mal si lo echaran a uno a la calle, quedarían muy mal con sus amistades. Pero no por uno, sino por el fracaso que representa para la institución familiar el tener un hijo sin un trabajo estable. 

Luego, hay también gente que se compadece mucho y que trata de facilitar las cosas, pero son más bien pocos. Generalmente los jóvenes que tienen más fresquito eso de las transformaciones y de la sensación de no encajar en nada. Entonces son más entendidos y más empáticos con estos procesos. 

Y uno ya empieza a sentirse a gusto, cuando llega de nuevo el padre, como le pasó a Gregorio Samsa a echarle la comida en cara, él le tiraba las manzanas y estos reproches son tan dolorosos que se hunden a uno en la piel y es como otra herida que lo va carcomiendo lentamente, y nadie se preocupa de limpiar esa herida sino que sigue creciendo y con el tiempo, ya cansados todos, empezarán a interesarse poco por cómo uno vive o por lo que sea o vaya a ser de su vida. 

Lo importante es seguir aparentando y viviendo ¨normalmente¨, al fin y al cabo, pronto tanto jefe como padres encontrarán una nueva víctima, una nueva esclava o esclavo y todo seguirá siendo igual, porque lo que triunfa siempre es la obediencia y no la emancipación. 

Por eso esta es la empresa del destriunfo y el fracaso, de las cucarachas y los oficinistas muertos. 

 

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